No hay equipo más en forma en toda Europa que el Bayern Múnich, que, ni siquiera cuando reduce su versión, parece superable para casi nadie, este miércoles el Lyon, por unas individualidades y una pegada imparables, como el desbordante Serge Gnabry, que transformó un inquietante 0-0 en un triunfo indudable hacia la final de la Champions League (0-3) del próximo domingo contra el París Saint-Germain en Lisboa.
El Bayern no venció al Olympique Lyon por preparación física. Ni por una seguridad defensiva que, más bien, fue todo lo contrario. Lo hizo porque dispone en sus jugadores una capacidad tan diversa como incontestable para decidir cualquier partido en cualquier momento, hasta cuando menos se intuye, hasta cuando más dudas desprende, porque también hay veces que no se siente tan inaccesible. Es su siguiente desafío: Neymar, Kylian Mbappé, Ángel Di María, Mauro Icardi, Verratti… Y un equipo hoy por hoy quizá inigualable en el potencial económico -a la vista está su millonaria inversión de los últimos tiempos-, mucho más reconocible hasta ahora que sus éxitos deportivos en Europa, por el poder que otorga la Champions.